Leo estas palabras de Sancho Panza: "He oído decir que esta que llaman por ahí fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y sobre todo ciega, y, así, no ve lo que hace, ni sabe a quién derriba ni a quién ensalza", y concuerdo con él sonriendo.
Todos quisiéramos que la vida y el universo fueran justos. Que los “buenos” tuviesen recompensas y los “malos” castigos. Pero no es así. La danza del infinito es mucho más fortuita, muchas veces incomprensible si la queremos medir con simple matemática. Y es que no se trata de números y cuentas, ni de auditorías. Se trata de misterios sin razón, de oportunidades que muchas veces rechazamos porque no se acomodan a nuestros deseos y a veces ni siquiera a nuestro entendimiento.
Se trata de la búsqueda de esa escurridiza fortuna donde solo vemos tormentas y tristeza. Nuestra incesante pregunta debería ser: ¿y dónde está la fortuna en este acontecimiento? ¿Dónde encuentro el tesoro de este momento? En la interrogante está la respuesta y la providencia. En ese cuestionamiento está la puerta para descubrir que hay riquezas insondables donde vemos desgracia.
Al aferrarnos a nuestra pequeña manera de ver las cosas, a nuestra preciada mirada de contadores exactísimos, llevando a cabo estados de resultados empequeñecidos por representar el pasado, nos olvidamos de ser visionarios de mundos mejores y resultados inesperados. Acabamos apostándole a lo que creemos seguro. Perdemos la oportunidad de expandirnos, de descubrir nuevas oportunidades justo en esos momentos de supuesta miseria y fracaso.
Nuestra vida acaba siendo la historia de nuestra pequeñez, una historia igualita a nosotros mismos sin los colores de los pensamientos de otros, de las vivencias de tantos que nos acompañan. Sin las experiencias que podrían transformar nuestras vidas. Sin la estrella de esa fortuna que, sin siquiera intuirlo, nos acompaña a cada paso. Elsa Dreher.
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